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Eres verdaderamente rico, cuando...

  • Foto del escritor: by Manu Paqué
    by Manu Paqué
  • 23 jun
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 17 jul

@manupaque
@manupaque
La riqueza material es fantástica...cuando tienes con quien compartirla

Vivimos en la era de la conexión… y cada vez estamos más desconectados. ¡Vaya tela, eh!!

En medio de tanto ruido, a veces se nos olvida lo más básico: que lo material, por sí solo, no llena.


Mira, en este mundo de postureo y prisas, donde parece que todo vale porque tiene "likes" o porque lo cuelgas en Instagram, no es de extrañar que acabemos atolondrados confundiendo el valor con el precio, y el tener con el ser. Se nos va la vida coleccionando logros, pero ¿de qué sirve tenerlo todo si al final no tienes con quién compartir ni siquiera un buen café?


Nos pasamos los días corriendo detrás de lo que brilla, como poseídos, y claro, entre tanto escaparate, es normal perder de vista lo que realmente importa.

El mundo nos empuja a ser productivos, exitosos, imbatibles, adinerados... pero nadie nos enseña a ser persona. A sostener una mirada. A no perderte a ti mismo mientras ganas lo demás.


Y ojo, que no estoy diciendo que el dinero sea malo. ¡Ni de coña!, el dinero es comodísimo, facilita muchas cosas y da una tranquilidad brutal. Pero cuando lo conviertes en el centro de tu vida, en el termómetro de tu valía, la cosa se tuerce. Porque hay gente que tiene un casorrón y vive en una profunda soledad. Y otros que no tienen ni una terraza, pero viven con el corazón en modo verbena.

El problema no es el dinero. El problema es convertirlo en tu brújula emocional.

Cuando el saldo de tu cuenta pesa más que el pulso de tu conciencia… algo se ha torcido.


Hay silencios que sanan más que cualquier palabra, -ya te lo digo yo-, y abrazos que valen más que una propiedad, y personas que, sin darte nada material, te lo dan todo.


No se trata de demonizar la riqueza. La riqueza es maravillosa cuando está al servicio de una vida con sentido. El problema no es tener. Es que eso sea lo único que tengas.


Comprendo, que, la verdadera riqueza es tener a alguien con quien reírte cuando todo va mal, y a quien abrazar cuando todo va bien, unos brazos a donde volver. Porque si celebras solo, la copa queda hueca.


Nos hemos vuelto expertos en acumular, pero analfabetos emocionales. Y claro, luego no sabemos qué hacer con tanto vacío, intentamos llenarlo con cosas, con viajes, experiencias que duran lo que tarda en cargarse una historia de Instagram. Pero, el alma… esa no se impresiona con likes.

Y ahí está el tema: lo esencial no hace ruido, pero grita demasiado cuando falta.


Y lo sé, lo sé. Todos, en algún momento, hemos caído en esa trampa. Esa vocecita social que dice: “cuando tenga tal y cuál, seré feliz”. Y luego llegas a la cima… y descubres que estás solo, nada te consuela. Y lo peor es que solemos darnos cuenta tarde.


Por eso hay que prestar atención a los pequeños gestos, a la mirada de quien te escucha de verdad. A ese mensaje inesperado que dice “¿cómo te sientes?”. A la cena en casa con risas sin filtro. Al abrazo de un amigo sincero, y una que otra siesta compartida, ¡eso es otro nivel!, porque esos momentos, que parecen poca cosa, son nuestra verdadera fortuna.

Eso sí que es oro. Oro emocional. Y no cotiza en bolsa, pero te cambia la vida.


Así que no esperes a perder para valorar. No seas de esos que solo lloran en entierros y solo abrazan cuando ya no hay tiempo. Porque la vida no avisa. Y cuando se lleva a alguien, no pregunta si estabas listo.

Por eso hay que estar atentos. Cuidar los detalles, las palabras, los silencios. Vigilar qué hábitos vas repitiendo, porque sin darte cuenta, esos hábitos se convierten en tu carácter. Y si no prestas atención, un día te levantas convertido en una versión tuya que no reconoces ni tú. Amargado, reactivo, desconectado… ah!, pero eso sí, con un coche de lujo y un reloj nuevo.


No esperes a que la vida te sacuda para valorar lo que ya tienes. No seas de esos que descubren el precio de lo emocional… cuando ya han perdido.


Porque, al final, lo que llena no es la casa, sino el hogar. Y el hogar no se compra. Se construye con presencia, con escucha, con alma.

De poco sirve una copa de vino en la mejor vajilla si no hay con quién brindar.



Hay gente tan, tan ocupada… que un día despierta sin nadie.

y casi siempre es tarde para preguntar dónde están.



-ManuPaqué-



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