Tus actos gritan tan fuerte...
- by Manu Paqué

- 10 jun
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 17 jul
Hablar es baratísimo, cumplir es de pocos. Que tus actos lo dejen claro.

Las palabras son baratas y, si me apuras un poquillo, hasta gratis.
Cuando los actos no cuadran con el discurso, hay que estar espabilado y decir, con toda la calma: mira, majete, tus actos me gritan tan fuerte que no me dejan oír tus excusas.
En España tenemos un dicho muy socorrido: obras son amores, y no buenas razones.
Vamos, que no me cuentes milongas… enséñame.
No me digas que vamos en el mismo barco y hagas agujeros en la cubierta. No me prometas el oro y el moro si no eres capaz ni de traer el pan.
Las personas coherentes son cada vez más raras, hay algo en los actos que no saben mentir. Las manos no saben fingir del todo, por más que uno ensaye discursos frente al espejo y se aprenda el libreto de la víctima, del héroe o del buenazo… las manos nos delatan.
Si las tuyas están demasiado ocupadas apretando tuercas para que no entre la verdad… no cuela. Ya te lo digo yo.
Porque lo que haces —y lo que no haces— acaba pesando más que lo que dices.
Y ya te digo, que a mi edad, soy de los que prefieren las cosas claras y el chocolate espeso. Con los años he aprendido que no hace falta enfadarse ni andar apuntando con el dedo a nadie. Basta con observar.
Así que, con toda la simpatía del mundo: habla lo que quieras, que yo escucho con gusto… pero no olvides que los pies y las manos también hablan. Y la put...da es que suelen hacerlo más claro que la lengua.
Al final, lo bonito no es lo que me dices, sino lo que se nota sin que lo digas.
A lo largo de mi vida he visto que esto no pasa solo en las relaciones personales, sino también en las profesionales, en los negocios, en la amistad y hasta en cómo uno se trata a sí mismo.
Y aquí viene lo curioso, la mayoría no solo tolera las incongruencias ajenas, sino que hasta las aplauden, ¡es flipante!.
Por ejemplo tenemos una inclinación casi adictiva a obedecer consejos incongruentes y tóxicos, o a seguir a los que no han construído nada, -más que su habilidad para criticar a los demás-.
Nos dejamos guiar por pesimistas, por criticones profesionales y expertos en sabotear sueños ajenos.
Y lo más absurdo es que les prestamos oído, y muchas veces hasta les obedecemos. Pero cuando aparece alguien exitoso, coherente, generoso… alguien que sí ha recorrido el camino y quiere compartir su experiencia… entonces nos volvemos escépticos. Dudamos, exigimos pruebas, o lo tachamos de arrogante, ¡somos la hostia!
Una ironía tan humana como destructiva.
Es como si premiáramos el fracaso ajeno con credibilidad… y castigáramos el éxito con sospecha.
Seamos más listos, afilemos el ojo. Los verdaderos mentores no necesitan convencerte: su vida ya es el discurso. Y te diré más: los grandes no necesitan alzar la voz para hacerse oír, ni presumir para que se note.
Me gusta observar menos las palabras y más los resultados, porque no todo el que habla alto tiene razón, y no todo el que triunfa presume.
Ojillo, de verdad, cuando los actos y las palabras no bailan al mismo son, a los demás les chirría el oído, como una orquesta desafinada.
-ManuPaqué-







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